domingo, febrero 17

Relatos de una mente caprichosa N#2: Caminos del Destino -



“Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es”

Jorge Luis Borges
          
                             CAPITULO I                            
       
ACCIDENTE 

“Uno. Mantén la calma. Dos. Respira profundo. Tres. Deja la mente en blanco. Cuatro. Enfócate en el recorrido. Bien, pasaste la prueba, ahora ya estás listo para otra carrera.”

- Inténtalo de nuevo Ian, con un poco más de fuerza al final – ordenó el entrenador desde el costado de los carriles.

Pedí una toalla, me sequé la cara y lo miré de reojo - ¿Qué sabia ese sujeto de fuerza? – pensé. Salí del agua y volví corriendo al comienzo del carril, esta vez estaba seguro que podría hacerlo.

Me acomodé nuevamente al lugar de salida y arreglé un poco el apretado gorro en mi cabeza – en sus marcas – escuché.  La primera orden. Di un paso al frente de la plataforma – listos –. Segunda orden. Tomé un poco de aire y balancee la cabeza para acomodar mis lentes – fuera –. Orden final. Era tiempo de nadar.

- ¡Dale! ¡dale! ¡dale! - Se escuchaba a lo lejos. Reconocí entre los gritos las voces de Kebin y Mario, ambos nuevos en el equipo, ambos no perdían oportunidad de saltarse las clases y venir a apoyar a los miembros más avanzados. Quise concentrarme y no pensar en nada más que en la carrera, dejé de escuchar las voces a mi alrededor pero había algo que no abandonaría mi cabeza, la idea de olvidar a mi querida Verónica siquiera por un segundo era inconcebible, ¿Acaso alguien en mi posición podría?

El reloj seguía corriendo. Si quería ganar el próximo torneo no debía dejar que avanzara mucho, era necesario bajar mi marca pero hasta ahora había sido imposible. El maldito cronometro continuaba ahí, estático, sin bajar una milésima de segundo.

Escuché el pitazo del entrenador - al fin la última vuelta – pensé. Sentí la pequeña ventaja que había ganado en estos últimos metros y comencé a nadar con más fuerzas que nunca - tengo que hacerlo si quiero volver pronto a casa – me repetí dos o tres veces.

Intenté seguir con el mismo ritmo hasta el final, pero las imágenes inconscientemente comienzan a hacer eco en mi cabeza - maldición, si quieres ganar, concéntrate, sólo te falta un poco – me castigo. Pero no lo hago, uno a uno los sucesos del pasado van apoderándose de lo que antes era mente en blanco.

 - ¡Por favor déjame aquí!, voy a morir, lo sé, pero hay una posibilidad de que ella no, te quiero con todas mis fuerzas pero ahora debes irte, por favor, por favor.

Malditos recuerdos, apareciendo en la situación incorrecta y con tanta fuerza que parecen trasportarme a ese día una y otra vez. Intento quitarlos de mi consiente colectivo pero sé que soy yo mismo quien sabotea esta operación.

- ¡Ian! Ve a ver a la chica, quizá puedas hacer algo por ella, rápido, date prisa.

- ¡Ian cuidado! – escucho nuevamente desde un lado de la piscina.

¿Qué demo….? Ya no recuerdo más, en un instante, me voy a negro.

                              CAPITULO II                         
       
SENDEROS CRUZADOS

- ¿Te encuentras bien?

- No lo sé, me duele la espalda.

- Espera aquí, llamaré a la ambulancia.

- Gracias ¿Podrías quedarte aquí conmigo?

- Bueno… pero… Verónica… ella…

-Por favor, no quiero estar sola…

Vuelvo a la vida. ¿Qué me había ocurrido?, lo primero que veo son dos o tres caras frente a la mía. Siento como la punzada en mi cabeza no deja levantarme e instintivamente me llevo las manos al sitio del dolor.

- Ian, tranquilo, todo está bien – escucho decir a una de las personas – tuviste un accidente mientras nadabas, chocaste con la muralla.

¿Qué había dicho?, comencé a recordar y luego de un rato atiné de que lo último que recordaba es que había estado tratando de bajar mi marca… ah, claro, de seguro había azotado la nuca contra el muro de la piscina – qué fastidio – pensé. 

- Ian queremos saber ¿Qué paso?, nunca te había ocurrido algo como esto – reconocí la voz del entrenador.

Mi visión primero algo nublada se iba arreglando lentamente, las caras que antes vi tan borrosas ahora iban tomando forma. Mamá, su novio Mike y el entrenador, los tres con cara de funeral abarcaban todo el borde de mi cama.

- Ian, hijo, ¿Te sientes bien? ¿Sabes quién soy yo? ¿Te duele algo?¿Necesitas al médico? – comenzó a decir mamá a una velocidad a la que pocos humanos son capaces de llegar.

-¿Qué? – Dije algo aturdido - ¿Cuándo puedo irme? – pregunté inmediatamente intentando pararme de la cama.

- No, hijo, acuéstate – se apresuró a decir mamá mientras Mike y el entrenador volvían a acostarme.

- Ian, cálmate, el golpe fue más fuerte de lo que te imaginas y necesitas quedarte aquí por lo menos un tiempo – Respondió Mike bastante serio.

- Sra, caballeros, les pediría por favor que dejen al paciente descansar – se escuchó de repente a lo lejos.

Me moví un poco para ver de dónde venía la voz, una de las enfermeras había estado mirando la escena y claramente no era la forma de comenzar el día para un paciente.

- Lo lamento – se disculpó mi madre – nos iremos todos y lo dejaremos descansar.

Luego de decir esto, increíblemente, se marcharon sin decir una palabra.

- Mamá no suele ser así de sumisa con la gente – le comenté a la enfermera cuando ya no había nadie.

- Pero te quiere, y sabe que necesitas descansar, eso ayuda a mi labor de echarlos – respondió amablemente.

Luego de esto volví a quedarme dormido, la idea era descansar pero claramente mi cerebro no quería lo mismo.

- ¿Verónica, ella está bien?

- Lo lamento Ian… pero ella… no lo logró.

-¿Qué…?, no, espere, esto debe ser un error, déjenme pasar a verla, ¡Verónica! ¡Verónica!.

-Ian cálmate, ya no hay nada que hacer, Ian…

Desperté nuevamente, hace más de dos semanas que no podía dormir a causa de las pesadillas y esta no iba a ser la excepción. Era de noche y no había nadie por los pasillos, decidí levantarme y caminar un poco, la punzada seguía en mi cabeza - ¡Qué golpe! - pensé.

Al llegar a la puerta vi a uno de los paramédicos sentado y viendo televisión, me quede viendo su semblante despreocupado y desee poder hacer lo mismo.

- ¿Sucede algo? – preguntó al verme parado sin decir nada.

- Nada, solo tuve un mal sueño – digo de forma que no pueda seguir preguntando y continúo mi recorrido.

Seguí caminando por el pasillo, pero algo me detiene. En lo que parece ser el balcón del hospital se encuentra sentada una chica, ella mira detenidamente el papel que sostiene en la mano, absorta en sus pensamientos, tanto así que no se percata de mi llegada.

 Su rostro poco a poco va tomando un semblante amargo, luego, de un momento a otro, las lagrimas comienzan a caer una tras otra en su pálido rostro. No puedo hacer nada, me quedo mirándola sin acercarme, moverme o siquiera respirar, el dolor del cual estaba siendo testigo lo conocía más bien que cualquier otro.

La chica aún parecía no haberse dado cuenta de mi presencia y aproveché para acomodarme lentamente en un lugar más oscuro y poco visible, mi curiosidad por saber lo que le sucedía era cada vez mayor pero sabía que de ser descubierto podría meterme en problemas. Ella volvió a mirar el papel en su mano, pensé por un momento que lo rompería pero esta vez, sin más, lo suelta para que se lo lleve el viento, y ambos, ella y yo, vemos como el pequeño pedazo de hoja desaparece lentamente en esta fría noche de invierno.

- ¿Qué estas mirando? – preguntó la chica cuando el papel ya no se divisaba, su voz era algo amenazante.

Había sido descubierto. Salí lentamente de mi escondite e intenté no parecer sorprendido, me sentí estúpido por mi actitud tan infantil pero ya era tarde para arrepentirse.

- Perdón, no quería molestarte, yo solo pasaba por aquí – dije con tono amable.

- ¿Te gusta observar el sufrimiento de la gente? – su actitud era más que cortante.

- En serio, no quise importunarte, simplemente te vi allí tan sola y me hiciste recordar a… alguien – respondí intentando disculparme.

Su actitud cambio completamente luego de escucharme decir esto, se paró y caminó hacia donde me encontraba yo y cuando quedó frente a mí dijo:

- ¿A sí? ¿A quién?

- A… un amigo – dije rápidamente mirando hacia otra parte.

- Claro… un amigo – repitió ella con algo de decepción y retomo su camino hacia el pasillo.

- No, espera – dije tomándola del brazo en un acto reflejo que no comprendí del todo.

La verdad es que su llanto si me había llegado y sentí el deseo de ayudarla, aún cuando no supiera lo que necesitaba. Ella a su vez se quedó mirándome con un semblante extraño, como queriendo descubrir algo que no viera al principio, finalmente agregó:

- Bien, no me iré, pero para mantenerme aquí tienes que contarme algo con lo que me mantenga entretenida.

- Bien ¿Qué quieres que haga? – dije tomándolo como un pequeño desafío.

- Tienes que contarme por qué te sientes identificado con mi dolor

¿Qué había dicho? ¿Acaso había descubierto tan rápidamente que antes me había referido a mí? Intenté quitarle seriedad al asunto riendo, pero fue una risa tan falsa que ni un niño lo habría creído, ella por su parte seguía mirándome a espera de una respuesta.

-¿Por qué…? – intenté preguntar, pero respondió antes que pudiera terminar la frase.

- Eres bastante obvio ¿Sabes?, además todo en ti grita que tienes un problema – respondió categórica y directa como lo había hecho hasta ahora.

Me rendí, su perspicacia había ganado y en menos de cinco minutos de conversación había logrado hacer jaque-mate.

- Bien, te lo contaré, pero si a cambio de eso tu me cuentas el tuyo – dije retomando un poco el valor y soltura con el que hablaba regularmente.

- Bien, ¿Es un trato? – preguntó estirando su pequeña mano.

Dudé un poco, esas palabras no me gustaban pero ella esperaba una respuesta.

- Es un trato… - respondí al fin tomando su mano y cerrando el pacto.

Fuimos entonces a sentarnos en el rincón del balcón que dejaba ver las estrellas, mi atuendo no era el más indicado para el frío suelo sin embargo unos pequeños cojines de adentro del pasillo ayudaron a crear un mejor ambiente, cuando estuvimos listos era mi turno de hablar, sin embargo no supe bien qué hacer.

- Escúchame – dijo ella ante mi indecisión – yo no te conozco y tú no me conoces, no te juzgaré y tú no me juzgaras, nadie saldrá herido y al igual que tú necesito hablar lo que me pasa con alguien que sirva solo para eso… para escuchar.

Si bien nunca antes había entablado esta clase de relación con una completa extraña, volví a recordar la amargura de su sollozo de hace apenas unos minutos atrás, tan parecido al que una vez escuché en mí, ella tenía razón, yo también necesitaba que alguien me escuchara.

- Bien… te contaré todo pero no quiero escucharte decir nada hasta que termine, es la primera vez que hablaré de lo que ocurrió con alguien diferente de los policías y con ellos omití todo lo que sentí – me pausé un poco - para empezar, lo primero que debes saber es que ahora soy hijo único… pero hasta hace muy poco, no lo era.

“Lo que sucedió con nosotros se remonta hasta hace cuatro meses atrás, Verónica, luego de haber conocido a Claire en su último campamento scout, había decidido juntarse nuevamente con ella ya que se habían hecho muy amigas el tiempo que pasaron juntas.

Rápidamente contactó con la chica y acordaron que Verónica iría a verla a su casa, esta quedaba a unos veinte minutos de la nuestra por lo que mamá accedió a que fuera. Con eso estaba todo listo, sin embargo ella quería que yo la acompañara ya que aseguraba que la chica era muy parecida a mí y debía conocerla. No tenía deseos de salir a ninguna parte, pero siempre encontraba la forma de convencerme, al final acepté de mala gana y quedó acordado que a la mañana siguiente nos alistaríamos.

Al despertar, note desde un comienzo que ese día no sería como los otros, tenía un mal presentimiento, sin embargo no comenté nada para no arruinar la salida. Ese fue mi primer gran error.

Recuero además que nos fue imposible irnos por la mañana, sus clases de ballet y mi nuevo entrenador de natación ocuparon nuestro tiempo hasta pasadas las nueve de la noche. Cuando por fin estuvimos listos y acomodados en el auto volví a tener la misma sensación de antes, pero nuevamente lo ignoré. Ese fue mi segundo gran error.

Así comenzamos nuestro viaje, ya estaba oscuro por lo que Verónica quiso que manejara yo, ella al sentarse puso un cd de Guns N’ Roses que era su grupo preferido y comenzó rápidamente a corear todas las canciones.

Luego de unos minutos de viaje me llamaron por teléfono, como siempre era Joel preguntando por asuntos del colegio, - ¿Aló, Joel? – el sonido de los violines de “November rain” era demasiado alto y no podía escuchar lo que Joel me hablaba - ¿Aló, me escuchas, hey Joel, me escuchas? – Verónica seguía cantando como en otra dimensión y yo entre el manubrio y la lluvia no atinaba a bajarle a la música. Torpemente comencé a buscar el botón de volumen y pensé en ver dónde estaba el endemoniado botón sólo por un segundo… ese fue el último gran error que cometí.”
                
            Miré de nuevo el rostro de la chica, escuchaba atenta a mi relato pero en algún punto había cambiado el semblante de su rostro y ahora parecía aún más triste que antes, pero  a pesar de su tristeza, yo ya no podía frenar mis deseos de hablar.

- Lo último que recuerdo son las luces enceguecedoras del auto con el que chocamos – me pausé un poco, el nudo en la garganta me dificultaba el habla y las lagrimas en mis ojos se asomaban peligrosamente, pero tragué profundo y continué – esa noche… maté a mi hermana y dejé a la mujer del otro coche al borde de la muerte… llamé de inmediato a la ambulancia y se la llevaron agonizante… no supe más de ella después de eso, no quise… ¿Qué pasaría si moría ella también? ¿A quién abría dejado sin su ser más querido? ¿Tendría marido o hijos? ¿Qué podría decirle a su familia que les diera un consuelo? Nada, cualquiera de mis escusas simplemente resultarían patéticas.

 - ¿Y qué te dijo ella, la mujer que quedó con vida? – preguntó casi en un susurro.

-“Por favor, no quiero estar sola…” - Nada – mentí

- Claro, nada – dijo mirando a otro lado como si tuviera un sexto sentido.

Intentó pararse y pensé de inmediato en la posibilidad de que se fuera, no quería eso, no quería que me dejara en este momento.

- Esta bien, espera – dije tomando su brazo y tirándola hasta sentarla nuevamente donde estaba yo - Ella… me pidió que me quedara – escondí la cabeza para que no viera la pequeña lágrima que intentaba salir de mi rostro – ella no quería estar sola y aunque lo que más deseaba era sostener a mi preciada hermana, no pude negarme, Verónica tampoco me hubiera perdonado si hubiera abandonado a alguien que me pedía ayuda, ella a pesar de seguir respirando quería que ayudara a esa mujer.

- ¿Cuántos años tenía?, tu hermana ¿Cuántos años tenía?

- Sólo diecisiete años, al igual que yo, era mi hermana gemela – intenté respirar profundo para calmarme pero esto ya no estaba funcionando como antes.

La chica se quedó callada por unos minutos aunque en ese preciso momento parecieron horas, no sabía lo que me diría pero de seguro ninguna de sus palabras serviría de algo, todo el mundo ya había intentado quitarme la culpa, pero nadie lo había logrado, porque aunque quisieran tapar el sol con un dedo, no podían, yo era el único culpable de esa tragedia, yo había sido el único culpable de todo.

De pronto sentí como sus brazos me rodeaban lenta y suavemente hasta tocar mi espalda, me apretó con fuerzas como buscando algo, un consuelo, un apoyo. Saqué mi cabeza de entre las piernas y la miré.

- Llora – fue lo único que dijo mientras sus ojos nuevamente se llenaban de lágrimas.

- ¿Qué? – dije sin convencerme

- Por favor… llora

Ante mi sorpresa, ya no pude contestar nada más. Las lágrimas comenzaron a salir y caer desenfrenadamente por mis mejillas, no pude controlarlas para nada, simplemente caían como si llevaran largo rato esperando ser liberadas. Lloré. Era la primera vez que lo hacía abiertamente y sin tapujos desde que había ocurrido todo, desde que ella se había ido. No quise contenerme, me maldije por lo que había hecho y lloré como un niño mientras abrazaba torpemente el cálido cuerpo que tenía a mi lado. Encontré el consuelo que tanto esperaba en una completa desconocida, una chica de la que no conocía siquiera su nombre pero que había logrado entenderme más que cualquiera hasta ahora.

Pasaron quince, veinte, treinta minutos tal vez, ninguno de los dos hablaba, luego de un rato acomodé mi cabeza en sus piernas y ella comenzó a acariciar mi pelo, después de cuatro meses al fin podía tener un pequeño fragmento de paz en mi vida, las lágrimas habían limpiado una parte de mi herido corazón y agradecí que el destino me trajera a esta escondida parte del hospital.

- Esta bien, te toca contarme tu historia… - le dije mientras me daba vuelta para quedar de espalda y mirando su cara.

Pude notar lo hinchado de sus ojos – ha estado llorando por mucho tiempo – pensé. Sin embargo paradójicamente este aire tristón resaltaba aún más el hermoso color verde que tenían.

- Yo vine porque supe que se encontraba  internado alguien a quien odio – dijo mirando nuevamente el vacío – bueno, a decir verdad, que odiaba – se corrigió – pero a cambio de eso, cuando pisé el hospital recibí el papel de defunción de mi madre… ella murió ayer mientras yo tomaba un examen del instituto.

- ¿Qué tenía? – pregunté mientras tomaba su cara para que volviera a mirarme.

- Ella… estaba en coma – se pausó un momento y me vio detenidamente como queriendo decir algo con tan solo una mirada – sufrió un accidente… hace cuatro meses.

Una pequeña punzada se llevo la hermética paz que tenía hasta ahora, comencé a sentir como mi corazón latía más rápidamente pero intenté contenerme.

-    ¿Qué clase de accidente? – dije con menos confianza.

- Un accidente de autos – tomo algo de aire y volvió a mirar a otro lado – ella había llegado a la casa pero la llamaron de urgencia en su trabajo, salió en su auto a eso de las diez de la noche, en una mala jugada un chico que venía en dirección contraria a ella perdió el control del volante y la chocó – una lagrima comenzó a recorrer nuevamente su mejilla – luego de eso a pesar de llegar con vida al hospital cayó en un coma profundo del cual nunca pudo recuperarse y ayer finalmente, murió.

Mi cabeza comenzó a dar vueltas, ¿Sería que había escuchado mal?, no, ella estaba describiendo el mismo accidente, me sentí enfermo y con deseos de vomitar. Me paré rápidamente y me tome la cabeza con las manos - ¡Dios Mio! ¡Dios Mio! – comencé a decir una y otra vez mientras daba vueltas por el balcón. ¿Qué debía decir o hacer justo ahora? 

            - He… Yo… - balbucee sin poder decir nada.

            La chica que debía odiarme me decía todo esto como si no fuera yo quien había matado a su madre. Sentí por un momento que me desplomaría por tanta amarga información, pero ella se apresuró a decir:

            - Dijimos que sólo escuchar ¿Recuerdas?, es un trato, nadie saldría herido hoy en esta conversación – se pauso para mirarme a los ojos - y no te preocupes, luego de hoy, ya no te odio, me siento cansada y no tengo deseos de culparte de la muerte de mi madre.

            - ¡Deberías! – respondí en un agónico grito.

            - Debería, pero no lo hago – dijo mientras se paraba para quedar a mi lado – es cierto que fue tu culpa, pero ya ha sido suficiente, no tienes que seguir torturándote, tu hermana como tú dices era una persona maravillosa por lo que debe haberte perdonado desde el momento en que intentaste salvar a mi madre y yo te perdono ahora por ella, debería odiarte, pero no puedo, porque veo lo sincero de tu arrepentimiento y ahora lo que debes hacer es perdonarte tu mismo – dijo acariciando mi cabello.

            Tome su mano para sentir más de cerca aquella dulce caricia, volví a dejar caer mis lágrimas por segunda vez en este día. La acerqué y entrelacé su cuerpo con el mío, con mis manos tomé su rostro y cerca de su oído comencé a susurrarle la palabra “perdón” una y otra vez con los ojos llenos de lagrimas.

            - Gracias por tus palabras, pero lo que te digo es verdad yo ya te he perdonado pero tú aún no lo haces, por favor, necesitas perdonarte a ti mismo por lo que sucedió, no puedes culparte de toda esta tragedia – me repitió al oído intentando secar mis lágrimas.

            - Pero no puedo, realmente, hoy, no puedo – respondí mientras apoyaba mi cabeza en su hombro.

            - Eso lo sé…

            - ¿Cómo? – pregunté mientras volvía a mirarla, extrañado de su respuesta.

            - Es por eso que vendré a verte todos los días, hasta que lo logres…

            Luego de decir estas palabras se separó lentamente de mi cuerpo, volvió a sonreírme por última vez y comenzó a caminar hacia el pasillo. No me esperaba nada de lo que estaba ocurriendo, había quedado enmudecido con su respuesta y sin embargo no podía dejar que se fuera sin antes preguntarle:

- Para las visitas… - dije torpemente – para anotar a las visitas se necesita saber al menos el nombre de la persona…

- Claire… mi nombre es Claire – respondió en un pequeño susurro.

Y luego de eso se marchó caminando por el pasillo oscuro que había servido de sendero en esta extraña, dolorosa pero apasionante jugarreta del destino.
  

Diciembre 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias! *.*, justo ahora haz usado tu tiempo en hacer feliz a una persona :D